Metidas de pata III

Quise ver a L. otra vez, por lo que saqué pasaje en un bondi barato que hacía varias paradas, pero me dejaba en La Plata. Tipo 1 de la mañana, el bondi paró para que los pasajeros cenáramos en Santa Fe. Se me da por fumar un pucho, tomar un té e ir al baño. Cuando iba entrando, el chofer salía por la puerta de al lado, aproveché para decirle: 'ñor, entro un toquecito al baño y salgo. El tipo me contestó: bueno m'hija, entre tranquila. Así que yo entré tranquila: leí las pintadas de las puertas y me quedé conversando con la 'ñora que te vende el papel higiénico. Cuando salí, el bondi ya había tomado velocidad... tenía que correr. SI, CORRÍ. Llegué a la última ventana y empecé a agitar los brazos. El señor que iba sentado ahí me miraba sin entender un corno. Agité los brazos, grité, hice señas. Pero nada. Cuando finalmente el tipo se dio por aludido, me saludó con la mano, sonriendo. El bondi se fue, desandé el camino corrido y me quedé parada en la puerta del lugar fumándome otro pucho y confiando en que si hacía la suficiente fuerza mental iba a lograr que el bondi regresara. No volvió gracias a mi fuerza mental, sin duda, sino a que la chica que atendía el mostrador del local llamó al peaje para que le avisaran que se había olvidado una pasajera en la parada. Procedimiento bastante frecuente, me comentó. Volvió media hora después. Y el tipo de la última ventana, al verme subir y dedicarle una bonita cara de culo, me dijo, disculpándose: pensé que me estabas saludando.

Unas horas después de llegar, L. se va a la facu, me deja su llave y me pide que haga algunas compras. Cuando me bajo del ascensor, revoleando la llave en uno de mis dedos, se me cae justo por la rendija. La única llave. La verdad que, nuevamente, me quedé parada mirando la rendija, con la mente en blanco. Y debo haber estado ahí largo y tendido, porque un tiempo indefinido después, una voz me dijo: disculpá, ¿se te calló la llave por la rendija? Así fue como el portero llegó al rescate y sacó la llave con un palo de escoba.

Fui a hacer las compras. Volví y quise abrir las persianas para que entrara el sol. No sé porqué, nunca supe que las persianas tiene un punto límite hasta el cual uno debe enrollarlas. Punto que no debe ser pasado por alto porque si no, no se desenrollan nunca más. Bueno, cuestión que las enrollé al máximo a todas. Y L., paciente como él solo, las arregló, por supuesto.

No sé, meto la pata seguido, pero tengo una especie de aura protectora que hace que casi siempre salga invicta. Por lo que me considero una chica con suerte. Mucha suerte.