Ese mismo día, pasaste
a buscarme, un poco después de la hora acordada, perfumado y bien vestido, cómo
no notarlo. Te pusiste una camisa violeta y resplandecías.
Yo me puse mi
vestido azul de la buena suerte. Un vestido para enamorar. Habiéndome costado
el doble de su valor*, ya había demostrado ampliamente merecer ese precio.
Así, vestidos y
perfumados, nos fuimos a pasear por el parque, una hermosa nochecita
primaveral. Saqué de mi billetera esa tuca que venía guardando pase lo que pase
para fumarla con vos. Te pusiste contento.
Elegimos un bar, donde conversamos y nos
reímos cerca de los árboles. Very, very romantic todo. Crucé las piernas y,
reclinada sobre el apoyabrazos, te escuché hablar. Me gustaba tu voz y
me gustaban las palabras que elegías. Quería escucharte hablar horas y horas.
Fui tan felíz en este momento, vos estabas tan lindo. Sentía que me derretía ¿se me habrá notado?.
Finalmente, entre
dormir conmigo o prestarme plata para irme en taxi a mi lejano hogar,
preferiste prestarme ("regalarte, más bien" dijiste) la plata
necesaria. Reafirmación de todo lo que ya sabemos. Insististe en darme esos
aros verdes que compraste porque te hicieron pensar en mí**. Los acepté,
explicándote que probablemente no los use nunca. De nuevo yo tan venenosa. Mis
verdades más crueles. Igual de cruel que decirte que ojalá sufras.
Disculpame, es
que me gustabas tanto.
* Caminando a
comprarlo perdí la plata en el recorrido. Tuve que volver, buscar más plata e
ir nuevamente. Como se entiende, es un vestido que me costó el doble de caminata
y de dinero.
** La noche que
vos los comprabas, yo soñaba que me vestía ridículamente toda de verde para
salir con unas amigas.
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