Caminaba a la
farmacia mientras pensaba con qué Flores de Bach iba a automedicarme, cuando
escuché que alguien decía mi nombre lo suficientemente fuerte (o lo fuertemente
necesario) para que sólo yo lo escuche.
Ahí estabas: tenías
puesta una remera blanca de entrecasa con agujeritos y empujabas tu moto
pinchada: la Poderosa. Te saludé perpleja y contenta a más no poder ante tan
deseada y repensada sorpresa. Más temprano ese mismo día había estado
cantando un tema que dice: "salgo a la calle a buscarte,
mientras la lluvia cae".
Qué hacés, a
dónde vas, te acompaño, si estoy al pedo, caminemos. Nos fuimos hasta la gomería y nos sentamos a fumar
un pucho en la vereda mientras el especialista (sin raya del culo visible
afortunadamente) la parchaba. Charla liviana y de ocasión. Me hablaste sobre mi
corte de pelo, no terminé de entender si alabándolo o no. Mientras tanto yo hacía lo posible por
no citar a Cortázar en mi mente.*
Cerraste el
encuentro con un "¿nos vemos más tarde?".
* "Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico." (Rayuela, capítulo 1)
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