lunes, 12 de septiembre de 2016

- IV -


Caminaba a la farmacia mientras pensaba con qué Flores de Bach iba a automedicarme, cuando escuché que alguien decía mi nombre lo suficientemente fuerte (o lo fuertemente necesario) para que sólo yo lo escuche.
Ahí estabas: tenías puesta una remera blanca de entrecasa con agujeritos y empujabas tu moto pinchada: la Poderosa. Te saludé perpleja y contenta a más no poder ante tan deseada y repensada sorpresa. Más temprano ese mismo día había estado cantando un tema que dice: "salgo a la calle a buscarte, mientras la lluvia cae".
Qué hacés, a dónde vas, te acompaño, si estoy al pedo, caminemos. Nos fuimos hasta la gomería y nos sentamos a fumar un pucho en la vereda mientras el especialista (sin raya del culo visible afortunadamente) la parchaba. Charla liviana y de ocasión. Me hablaste sobre mi corte de pelo, no terminé de entender si alabándolo o no. Mientras tanto yo hacía lo posible por no citar a Cortázar en mi mente.*
Cerraste el encuentro con un "¿nos vemos más tarde?".


* "
Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico." (Rayuela, capítulo 1)


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